lunes, 14 de abril de 2014

Fallech (I)




Los condes me han confiado su propiedad básicamente por dos cosas: saben que soy un hombre de fiar, honesto y honrado. Y también porque desean que realice un informe histórico de la construcción. Y bueno, es a lo que me he dedicado estas semanas… Nada nuevo con la estructura de la casa: las típicas gruesas paredes de barro, techos exageradamente altos y ventanales estrechos, todo cubierto con una gruesa costra constituida por las capas de pintura blanca que los dueños de la mansión hacían aplicar a los muros cada año. Lo especial de este lugar es que la mansión integra en su arquitectura un pequeño patio de servicio en la sección posterior a la casa.

La verdad es que el patio transmite cierta serenidad, la cual creo debe ser otorgada por la pulcritud de las altas paredes que rodean el patio, o por la estrecha entrada en forma de arco con marcos de piedra rústica. Cuando uno se para sobre el espiral del piso decorado con piedras de río y huesos de espina de caballo uno puede levantar la vista y sentirse tan diminuto, como si viviese dentro de una caja. La vista del cielo se remite a un diminuto cuadrante donde las nubes realizan su recorrido como evitando ser vistas al pasar, y la brisa que se filtra por el tejado forma un pequeño remolino en el centro del patio, el cual es más notorio cuando el viento lleva consigo polvo desde lejanos lugares.

En ese patio vive la mascota de la familia, una cabra negra con una cornamenta que podría muy bien ser confundida con el marfil. El contraste entre la nitidez alba de las paredes con el oscuro pelaje del animal otorgaban un aire bizarro y misterioso al ya místico lugar. Me habían encargado alimentar al animal, y hoy en la mañana cuando me dirigía a hacerlo he visto a la cabra golpear uno de los muros del patio con insistencia, de tanto en tanto descansaba para lamer el muro que desprendía tierra con cada golpe. En mis adentros pensé que el comportamiento del animal era normal, mi intuición me decía que al ser un animal de granja y estar encerrado en ese lugar le producía cierto estrés que liberaba golpeando el muro. Puse su comida en un recipiente destinado para el efecto, cambié el agua del cuenco y salí del patio a continuar con mis deberes.

Al seguir investigando sobre la construcción pude determinar que la casa era una modificación de una edificación anterior, ya que el estilo en ciertas zonas de la mansión no coincidía con el resto. La casa en su inmensa magnitud posee en total once ventanas: diez de las cuales dan al patio principal, y una sola, la que pertenece al cuarto que había elegido para dormir, da al patio trasero. Desde esta ventana observaba cada mañana a la cabra y sus constantes embestidas al muro.

Esta mañana precisamente, mientras redactaba el informe para el conde, escuché las embestidas de la cabra a un volumen más alto que el habitual. Ya no sonaba ese golpe sordo de barro y cuernos al que me había acostumbrado, esta vez era un golpe seco y sonoro, que producía eco en el estrecho patio. Me asomé a ver de qué se trataba: la cabra había destrozado la pared llegando hasta un muro de piedra que supuse sería parte de los cimientos de la casa. Bajé al patio a intentar tranquilizar al animal, que parecía frenético y empecinado en su tarea de embestir el muro, cuando llegué ya se había hecho daño, tenía un cuerno fisurado y su cráneo ya se encontraba sangrando, pude ver en esas negras pupilas horizontales una mezcla de terror y odio que me heló la sangre, bastaron unos segundos para que desviara toda su atención en mí, buscando embestirme y hacerme daño, no pude atarlo a ningún lado, y tuve que salir del patio para protegerme, dejando al animal solo y esperando que el dolor le haga desistir de su labor.
Regresé al estudio, pero no logré concentrarme puesto que el golpeteo constante martillaba también mi cabeza, llegando al punto de sentir como si yo mismo estuviese dándome de golpes con la fría roca. El constante estruendo duró hasta el atardecer; eran ya las 6pm cuando el silencio llegó, supuse que la cabra se había agotado, así que me asomé a la ventana. El animal yacía en medio de un charco de sangre, bajé rápidamente al patio esperando que la cabra estuviese aún viva y poder hacer algo para atenderla, pero ya era muy tarde, su cornamenta estaba destrozada y su cráneo se había partido por la mitad, regando sus sesos en el piso…

Ahí estaba yo, escuchando el silbido del viento en el pulcro patio y con las rodillas enrojecidas por la sangre del animal. Por primera vez desde que había llegado a esa casa reparé en una inscripción en el muro de piedra: “FALLECH”. No podría tratarse de una tumba porque no había rastros de una fecha o epitafio, simplemente era la palabra cincelada por un par de manos no muy hábiles… No pude hacer nada más para investigar aquello ya que estaba oscureciendo, así que me retiré a mi dormitorio a tratar de descifrar mi nuevo hallazgo. No encontré nada relacionado con ese nombre en la historia de la casa, así que me fui a dormir esperando al día siguiente recoger los restos de la cabra y tal vez encontrar una nueva pista que no haya visto en el muro.


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