miércoles, 16 de abril de 2014

Fallech (II)


(Para acompañar la lectura, cover de IriaVintage)

Tras la rutina de aseo de toda la vida me dispongo a meterme en la cama, mientras en mi cabeza solo ronda el nombre que había visto inscrito en la piedra. Ya con las mantas encima y mi cabeza sobre la acolchada almohada me dispuse a disfrutar del sopor consciente que nos brindan los primeros minutos de sueño.


¡Una brisa! Un ligero soplo tibio del aire círculo ahora mi habitación, la extraña sensación de movimiento me hace abrir los ojos y puedo ver que las cortinas son empujadas por el viento con la gracia del vestido de una bailarina, puedo ver también a través de la ventana una pequeñísima porción del oscuro cielo nocturno, es una noche clara, no de luna, pero una tenue luz difusa inunda el patio y por ende mi habitación.

Volví a concentrarme en el tan ansiado sueño, aunque por momentos deseo ya que llegue el alba y poder continuar con mis investigaciones. De vez en cuando la brisa me roza la frente, como cuando una madre cuida a su hijo y le toca las sienes para verificar si tiene fiebre, así la brisa me toca, me da abrazos sin manos…

El soplo del viento que se cuela por la ventana también tiene su ritmo, y hasta me parece que susurra y tiene eco. Puede ser que la idea de encontrar algo fantástico detrás del nombre de Fallech me come tanto la cabeza que hace que imagine cosas, pero estoy casi seguro que de cuando en cuando el viento silabea su nombre ”fffaaa” dice en tono apagado, y luego de un descanso vuelve con un eco bajísimo “lleeech”.

Lejos de asustarme, estos susurros del viento se convirtieron en un arrullo constante que me llevó de nuevo a la levitación de sopor previo al sueño… y entonces un acorde, un sonoro grupo de notas seguido de su dulce eco irrumpió en mi habitación, solo eso, luego el silencio absoluto… He de reconocer que llegado a este punto desconozco si las experiencias por las que estoy pasando corresponden a un sueño o a la realidad, ya que el estado de cansancio y las tretas que nos juega el cerebro habían hecho difusas las fronteras entre el sueño y la vigilia, de modo que escuchar un acorde en el silencio de la noche y en ese estado no es para darle tanta importancia.  

Tampoco tengo conocimiento de si mis ojos están abiertos o cerrados, lo único que veo es la lámpara victoriana que cuelga del techo y cuyas lágrimas de cristal reflejan la escasa luz que se filtra por la ventana y parpadean como las mismísimas estrellas del cielo abierto. Todo esto constituye el más dulce de los momentos que he podido experimentar en mi vida hasta ahora... boca arriba, mirando fijamente el techo y la lámpara que de él cuelga veo que todo se va desvaneciendo en la penumbra, como un espiral que va reduciendo mi campo de visión hasta un minúsculo punto… y luego, la oscuridad absoluta.

***


Siento que me acarician la frente, así que abro los ojos y reconozco a Shachath sentado al borde de mi cama, sé que es el ángel hebreo de la muerte porque yo mismo lo vi cuando mi madre estaba a punto de morir, lo vi en primera persona cuando recogió su alma y cortó el cordón de plata que unía el alma de mi madre con su maltrecho y moribundo cuerpo.


Las lecturas e historias que conocía acerca de este ángel me habían enseñado a callar cuando se presentara, uno debía simplemente limitarse a responder a la pregunta: “¿Estás listo?” Cuando nos la formularan, si se responde de forma afirmativa el ángel sellará el pacto con un beso, y esto será el fin de la vida. 

Yo no estoy enfermo, tampoco tengo ningún enemigo que desee asesinarme; y de ninguna manera (pienso yo) me encuentro al borde de la muerte como para que Shachath se acerque a visitarme. El ángel me mira fijamente, está tan cerca de mí que puedo ver reflejada mi expresión de asombro y miedo en sus blancas córneas, no tengo idea de cuánto tiempo ha pasado desde que apareció y nos miramos cara a cara, contando con esta es la quinta vez que intento moverme, pero no puedo ¡estoy paralizado!, tampoco puedo articular palabra alguna, lo único que puedo hacer es mirar a Shachath esperando explique a este mortal su divina presencia.

“Advertencia” me dijo en una dulcísima voz mientras con dos dedos tocaba el centro de mi sudorosa frente. Aprovechó mi sobresalto y el estado de petrificación en el que me encontraba para perforar con ese par de dedos mi cráneo, sentí claramente el crujir del hueso roto, pero la sensación de dolor nunca llegó. La expresión solemne de Shachath nunca se modificó, bien pudo estar ilusionado de realizarme aquella trepanación o sentir en su carne el dolor que yo no experimenté, de todas maneras no había modo de saberlo.

Siento su dedo frio directamente sobre mi cerebro, e imagino la escena desde dentro, todo eso me produce una repulsión enorme, tanto que estoy sudando frío nuevamente. Siento escalofríos, nauseas, y de nuevo esa sensación de adormecimiento y el espiral previo a la penumbra…


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