(Para acompañar la lectura, cover de IriaVintage)
Tras la
rutina de aseo de toda la vida me dispongo a meterme en la cama, mientras en mi
cabeza solo ronda el nombre que había visto inscrito en la piedra. Ya con las
mantas encima y mi cabeza sobre la acolchada almohada me dispuse a disfrutar
del sopor consciente que nos brindan los primeros minutos de sueño.
¡Una brisa!
Un ligero soplo tibio del aire círculo ahora mi habitación, la extraña sensación
de movimiento me hace abrir los ojos y puedo ver que las cortinas son empujadas
por el viento con la gracia del vestido de una bailarina, puedo ver también a
través de la ventana una pequeñísima porción del oscuro cielo nocturno, es una
noche clara, no de luna, pero una tenue luz difusa inunda el patio y por ende
mi habitación.
Volví a
concentrarme en el tan ansiado sueño, aunque por momentos deseo ya que llegue
el alba y poder continuar con mis investigaciones. De vez en cuando la brisa me
roza la frente, como cuando una madre cuida a su hijo y le toca las sienes para
verificar si tiene fiebre, así la brisa me toca, me da abrazos sin manos…
El soplo
del viento que se cuela por la ventana también tiene su ritmo, y hasta me
parece que susurra y tiene eco. Puede ser que la idea de encontrar algo
fantástico detrás del nombre de Fallech me come tanto la cabeza que hace que
imagine cosas, pero estoy casi seguro que de cuando en cuando el viento silabea
su nombre ”fffaaa” dice en tono apagado, y luego de un descanso vuelve con un
eco bajísimo “lleeech”.
Lejos de
asustarme, estos susurros del viento se convirtieron en un arrullo constante
que me llevó de nuevo a la levitación de sopor previo al sueño… y entonces un
acorde, un sonoro grupo de notas seguido de su dulce eco irrumpió en mi habitación,
solo eso, luego el silencio absoluto… He de reconocer que llegado a este punto
desconozco si las experiencias por las que estoy pasando corresponden a un
sueño o a la realidad, ya que el estado de cansancio y las tretas que nos juega
el cerebro habían hecho difusas las fronteras entre el sueño y la vigilia, de
modo que escuchar un acorde en el silencio de la noche y en ese estado no es
para darle tanta importancia.
Tampoco tengo
conocimiento de si mis ojos están abiertos o cerrados, lo único que veo es la
lámpara victoriana que cuelga del techo y cuyas lágrimas de cristal reflejan la
escasa luz que se filtra por la ventana y parpadean como las mismísimas
estrellas del cielo abierto. Todo esto constituye el más dulce de los momentos
que he podido experimentar en mi vida hasta ahora... boca arriba, mirando
fijamente el techo y la lámpara que de él cuelga veo que todo se va
desvaneciendo en la penumbra, como un espiral que va reduciendo mi campo de
visión hasta un minúsculo punto… y luego, la oscuridad absoluta.
***
Siento que
me acarician la frente, así que abro los ojos y reconozco a Shachath sentado al
borde de mi cama, sé que es el ángel hebreo de la muerte porque yo mismo lo vi
cuando mi madre estaba a punto de morir, lo vi en primera persona cuando
recogió su alma y cortó el cordón de plata que unía el alma de mi madre con su
maltrecho y moribundo cuerpo.
Las
lecturas e historias que conocía acerca de este ángel me habían enseñado a
callar cuando se presentara, uno debía simplemente limitarse a responder a la
pregunta: “¿Estás listo?” Cuando nos la formularan, si se responde de forma
afirmativa el ángel sellará el pacto con un beso, y esto será el fin de la
vida.
Yo no estoy enfermo, tampoco tengo ningún enemigo que desee asesinarme; y de
ninguna manera (pienso yo) me encuentro al borde de la muerte como para que
Shachath se acerque a visitarme. El ángel me mira fijamente, está tan cerca de
mí que puedo ver reflejada mi expresión de asombro y miedo en sus blancas
córneas, no tengo idea de cuánto tiempo ha pasado desde que apareció y nos
miramos cara a cara, contando con esta es la quinta vez que intento moverme,
pero no puedo ¡estoy paralizado!, tampoco puedo articular palabra alguna, lo
único que puedo hacer es mirar a Shachath esperando explique a este mortal su
divina presencia.
“Advertencia”
me dijo en una dulcísima voz mientras con dos dedos tocaba el centro de mi
sudorosa frente. Aprovechó mi sobresalto y el estado de petrificación en el que
me encontraba para perforar con ese par de dedos mi cráneo, sentí claramente el
crujir del hueso roto, pero la sensación de dolor nunca llegó. La expresión
solemne de Shachath nunca se modificó, bien pudo estar ilusionado de realizarme
aquella trepanación o sentir en su carne el dolor que yo no experimenté, de
todas maneras no había modo de saberlo.
Siento su
dedo frio directamente sobre mi cerebro, e imagino la escena desde dentro, todo
eso me produce una repulsión enorme, tanto que estoy sudando frío nuevamente.
Siento escalofríos, nauseas, y de nuevo esa sensación de adormecimiento y el
espiral previo a la penumbra…
No hay comentarios:
Publicar un comentario